Lo que vendrá

Caminar entre los árboles, pausadamente. Ver como el cielo deja de ser celeste y la luz del atardecer se ahoga en el azul profundo. Mirar el suelo y sentir esa tenue pendiente que te hace sentir el peso del avance y el viento cada vez más helado golpeando tu frente, erizando los pelos de los brazos. Recordar esa mirada provocando que tus intestinos se retuerzan. Intentas alcanzar ese rostro con tus dedos, pero se ha esfumado.
¿Correr? ¿Para qué? Levantas la vista y más allá del bosque no hay nada. Si alguien te mirara estás sonriendo pero no caería en cuenta que tus mandíbulas están apretadas, tus manos y tus brazos con los músculos comprimidos a más no poder.
Apuras el paso, tu respiración se acelera.
Sabes que pronto el tiempo no estará de tu parte. Se aproxima el lapso en el que estarás sentado al lado de un gran árbol, escuchando el ruido provocado por las hojas agitadas por la brisa.
Cuando las cenizas del cigarrillo en tu mano caigan y se apague sin haber siquiera haber aspirado el humo ni una sola vez. Cuando tu gélida mirada penetre la atmósfesra, enfríandola aun más.
Cuando la oscuridad cubra la superficie de la materia a tu alrededor y se haga una contigo. Cuando los músculos de tu cuello se relajen y tu cabeza dirija, suavemente, tus ojos al suelo y mientras ellos se vayan cerrando, dejen su huella húmeda, tibia y salada.